EL CAMINO DE SANTIAGO COMO MITO INTEGRADOR DE LA EUROPA MEDIEVAL - Cuenta la leyenda que hacia el año 30 de nuestra era, después de la muerte de Jesús y la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, los apóstoles se dispersan para predicar sus enseñanzas. Santiago, el hijo del Zebedeo, viene a España donde, pese a sus esfuerzos y la ayuda de la Virgen quien se le apareció en Muxia, Galicia y después en Zaragoza, en el Pilar, sólo consigue siete discípulos, algunos de los cuales le acompañarán de vuelta a Palestina, antes del año 44. Allí es detenido y decapitado por orden del rey Herodes Agripa I. Los discípulos roban su cuerpo y lo colocan en una barca de piedra que cruza el Mediterráneo y asciende por la costa atlántica hasta Iria Flavia (Padrón) y después de algunos problemas con la reina Lupa logran enterrarlo en el cementerio del monte Libredón, situado a pocos kilómetros.
En el año 813 un ermitaño llamado Pelayo ve unas luces moviéndose por el monte y llama al obispo Teodomiro; entre ambos encuentran una sepultura de un hombre decapitado y el obispo reconoce inmediatamente que se trata de la sepultura de Santiago el Mayor. Informado el Rey Alfonso II, el Casto, del hallazgo, acude al lugar y proclama al apóstol Santiago patrón del reino, y construye un primer santuario. Desde este momento proliferan las historias, como la participación de Santiago, a lomos del famoso caballo blanco, en la batalla de Clavijo en la que Ramiro I vence a Abderramán. A partir de entonces, se generaliza el grito “Santiago y cierra España” con el que se invocaba al patrón de la reconquista.
El mito del enterramiento de Santiago, porque no es otra cosa, tiene todos los elementos de una epopeya y ningún apoyo documental de época. La Biblia, que describe las andanzas de todos los apóstoles, se limita a decir que Santiago fue “muerto por la espada” (Hechos 12:2) y, desde luego sabemos que, en aquellos años, antes del ejemplo de Pablo, ninguno de los apóstoles haría ningún esfuerzo por predicar a los gentiles. De la barca de piedra ni hablaremos, claro, y voluntariamente he excluido de la narración todos los elementos fantásticos del traslado del cuerpo hasta el Libredón (ángeles, dragones, fieras salvajes repentinamente domesticadas, etc.). No hay ninguna mención documental de que nadie creyese que Santiago estuvo en España, antes del siglo VII y en las escasas menciones posteriores ya se habla del noroeste de España como lugar de enterramiento. La historia de las luces, o fuegos fatuos, sobre un antiguo cementerio no es más que la constatación de un proceso químico y, en cuanto a la lápida que cubría los cuerpos no se conserva actualmente. Por cierto, sabemos que la batalla de Clavijo nunca tuvo lugar y es tan mítica como la participación de Santiago en ella.
No obstante, de toda esta ficción surgió algo tan maravilloso como trascendental: El Camino de Santiago, o mejor los Caminos de Santiago.
Hizo falta esperar al año 921, para que ya, con el beneplácito de Carlomagno, tengamos constancia de las primeras visitas a la tumba. Durante los siglos siguientes la costumbre se generalizó, y se estableció en España un camino oficial salpicado de abadías, iglesias, hospitales para los caminantes, hostales, etc. que sustituyó a la ruta a Jerusalén, impracticable en aquellas épocas de cruzadas. Desde Oslo hasta Brindisi y Zagreb se desarrolla un inmenso abanico de caminos que, al llegar a Francia, convergen en cuatro grandes vías: la Turonensis o vía de París, la Lemoviensis o camino de Velezay, la Podiensis desde Le Puy y la Tolosana desde Arles. Las tres primeras convergen en St. Jean Pied de Port y cruzan el puerto de Ibañeta, en cuya bajada está Roncesvalles, inicio del Camino Francés en España, y la última cruza los Pirineos por Somport y llega a Jaca dando lugar al Camino Aragonés. Ambas variantes se unen en Puente la Reina y desde este punto existe un único sendero perfectamente señalado ya desde el siglo XII, tal como lo constató Aymeric Picaud, en lo que resultó ser la primera guía de viajes del mundo, el Códice Calixtino.
Para los viajeros, la experiencia emblemática del Camino es el viaje interior; mientras el peregrino camina, su mente, libre de los agobios del día a día, las tensiones del trabajo y las cargas familiares, puede permitirse vagar de un pensamiento a otro, de una sensación a otra, estableciendo asociaciones casuales, libres e inconexas… como en un sueño. Y es en este ensueño cuando el espíritu se limpia de cargas y de las conexiones espurias que condicionan nuestro juicio y entonces entendemos lo importante que es esa persona a la que nunca tenemos tiempo de ver o lo fútiles que son algunas luchas en las que nos implicamos. Para mí, la ensoñación de cada jornada en el Camino me permite liberar mi mente, entenderme mejor a mí misma y al resto del mundo y recuperar una perspectiva correcta de las cosas.
En muchos lugares del Camino, las grandes catedrales ofrecían a los peregrinos demasiado ancianos, débiles o enfermos, un sustitutivo del propio camino mediante una experiencia iniciática similar: el laberinto. El más conocido de los laberintos es el de la catedral de Chartres, a pocos km de París, construido en el siglo XIII, y que hoy todavía se puede contemplar; este laberinto posee once anillos concéntricos y mide 12 metros y medio de diámetro. Los laberintos de esta época y épocas anteriores no eran un juego lleno de bifurcaciones y senderos que no conducen a ningún sitio. El laberinto clásico tiene una única vía que conduce al centro y que se debe recorrer en sentido inverso para salir; quien recorre el laberinto se adentra en sí mismo, como nos sugiere el V.I.T.R.I.O.L. alquímico y, habiendo alcanzado el centro de su propia mente, sale a la luz del mundo exterior rico del conocimiento adquirido y con una nueva capacidad de controlar y dirigir sus propios actos. Este es el trabajo del Aprendiz de masón durante su primer año.
No obstante, esta experiencia no es la única, ni siquiera la única importante. El viaje geográfico por esta ruta mística nos proporciona la posibilidad de disfrutar de un autentico viaje en el tiempo a un periodo en el que el simbolismo era el lenguaje por antonomasia.
Es imposible recrearse en la simbología de todos los tesoros del Camino y no voy a intentarlo, solo me referiré brevemente a algunos de ellos relacionados con el gran tema simbólico del medioevo: El Apocalipsis. El tema del Apocalipsis y la segunda venida de Jesús en Su Gloria es la referencia constante en todo el Camino. En la iconografía de finales del románico, principios del gótico, Jesús no aparece como la víctima doliente de los siglos posteriores. Es el Hijo unigénito de Dios, el Cordero místico cuya luz ilumina las esferas, la Puerta del Cielo o, como dice en el Evangelio de Juan “El camino, la verdad y la vida” (Juan 14-6).
Por empezar por lo más visible, prácticamente todas las ciudades del Camino tienen una catedral, la mayoría de ellas góticas; altas y esbeltas las francesas, más bajas y luminosas las españolas. Al principio del gótico la idea platónica de que la racionalidad humana es el único sistema de conocimiento y que las formas sensibles son sólo una apariencia engañosa de la verdad, es desplazada por la convicción de que los sentidos son necesarios para descubrir las cosas de la naturaleza, verdadera fuente de conocimiento. Con esta idea se construyen las catedrales, a imagen y semejanza de la Ciudad de Dios, tal como se la describe en el Apocalipsis (21: 10-13).
Así, mi amada catedral leonesa posee una armonía pitagórica basada en el número tres (tres naves, tres fachadas, tres puertas en cada fachada y con una nave central tres veces más larga que alta y ancha, 90 por 30 por 29), Además las ventanas, los arcos y las arquivoltas están basadas en el triángulo equilátero. La fachada occidental incluye un enorme rosetón que representa a la Gloria con los doce ángeles trompeteros que anuncian el Fin de los Tiempos. En el exterior un pórtico que separa visualmente la parte inferior con las tres puertas; el cuadrado delimitado bajo ese pórtico está lleno de imágenes humanas, que atraen nuestra atención y nos recuerdan que hay que centrarse en el mundo para buscar la salvación a través de cada momento de nuestra vida pues “no sabemos el día ni la hora” (Mateo 25 – 13); esto mismo ocurrirá en Santiago en el pórtico de la Gloria.
En el interior de la catedral, la luz de mil colores que se filtra por las vidrieras nos sumerge en un ambiente de irrealidad, un auténtico espacio espiritual. No importa cuantas veces hayas entrado en el templo, la vista siempre se alza hacia la luz, al tiempo que el espíritu se eleva hacia el misterio. Parece que el edificio no tuviera paredes y que la piedra sólo fuera el esqueleto que soporta las cristaleras creando la nueva Jerusalén, venida del Cielo y llena de luz. Pasear por el interior de la “pulcra leonina” es impregnarse de misterio y espiritualidad pues su simbología es tan potente que llega directamente desde los ojos al corazón sin necesidad de que el cerebro la comprenda.
Otro símbolo recurrente es el pantocrátor, Cristo en su Gloria rodeado del Tetramorfos y acompañado, habitualmente, por los ancianos del Apocalipsis interpretando la música de las esferas. Mis favoritos son el del friso lombardo de la Iglesia de Santiago, en Carrión de los Condes y el del panteón de los reyes de León en S. Isidoro . El Tetramorfos es una composición en forma de cruz griega (o el símbolo del 10, número perfecto) con una figura en cada extremo en la que se representa a un Evangelista y al animal que se les asocia simbólicamente (Apocalipsis 4-7): en la parte inferior Lucas y el toro y Marcos y el león y en la superior Juan y el águila y Mateo, el hombre. La cruz sirve para destacar el punto donde se cruzan los trazos; éstos expresan la multiplicidad asociada al número cuatro y el punto central, el uno, está ocupado por el Cristo, rodeado por la vesica piscis.
Y al final del Camino, ¡por fin!, Santiago. Al llegar a la plaza del Obradorio encontramos la escalera mística con 33 escalones, la edad de Cristo. Y después del último ascenso, entrabamos a la catedral por el Pórtico de la Gloria. Nada de lo que hayamos experimentado antes tiene comparación posible con esta entrada. Si la catedral de León nos impregnó del misterio de la nueva Jerusalén a un nivel simbólico, aquí en Santiago el mensaje no es subliminal sino abrumadoramente explícito, de los ojos al cerebro y de allí al espíritu… y es tal su belleza que a mí siempre me deja sin respiración.
El Pórtico de la Gloria nos cuenta en imágenes perfectamente claras el mensaje del Apocalipsis. Consta de un atrio abierto hacia la iglesia por tres arcos de los que el central está dividido en dos por una columna en la que se apoya el tímpano; éste, está presidido por un enorme Cristo enmarcado por el correspondiente tetramorfos y rodeado de dos legiones de ángeles. En el arco los ancianos charlan entre ellos mientras preparan sus instrumentos para interpretar la música de las esferas.
La columna que divide el arco central contiene una representación del árbol de Jessé sobre el que se sienta Santiago el Mayor en la Gloria, sosteniendo un báculo en forma de tau. Los arcos laterales se adornan con imágenes del limbo, el Cielo y el Infierno y en el atrio frente al pórtico imágenes de ángeles que tocan las trompetas del juicio final y una virgen solitaria (originalmente, la Reina de Saba).
Al pie de las columnas, los monstruos de la tierra y en su parte alta los profetas y los apóstoles, charlando entre ellos o sonriendo, imágenes humanas, personales, entre las que encontramos un segundo Santiago, humano esta vez, expresión clara de la dualidad de los misterios. El profeta Daniel mira sonriente a la Virgen como si intercambiaran alguna broma secreta; algunos ángeles de los pórticos miran a su alrededor para comprobar que todo está listo. Todo está dispuesto, el gran momento está a punto de llegar… Y lo que veía el caminante al llegar ante la catedral, antes de que esa fachada barroca estropease el efecto para siempre, es el escenario montado y, en medio de él, un enorme Cristo, mirándote a los ojos, retratado en el momento de alzar las manos para llamar a los hombres al último juicio, que va a empezar en ese preciso momento.
Sea como sea, Este es el gran momento para cada uno, cuando, después de haber recorrido cientos de kilómetros, te enfrentas al final del Camino y al comienzo del resto de tu vida, “rico de todo lo que habrás ganado en el Camino, sin esperar que te dé más riquezas”, como decía Kavafis.
Bibliografía consultada:
Apocalipsis (21: 10-13) “La Ciudad Santa de Jerusalén, tenía una muralla grande y alta con doce puertas; y sobre las puertas, doce Ángeles y nombres grabados, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel. Al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al mediodía tres puertas; al occidente tres puertas… Su resplandor era como el de una piedra muy preciosa, como jaspe cristalino.”
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