EL MITO DEL HÉROE

EL MITO DEL HÉROE

En mis tiempos de adolescente soñaba con ser un superhéroe. Me parecía de lo más natural el querer volar y tener una fuerza sobrehumana para atajar las injusticias y poner a los malos en su sitio. Estos sueños pronto dieron paso a una realidad más hostil, mi mundo irreal lleno de fantasías justicieras desapareció y con el tiempo fue quedando atrás aquel universo fan­tástico lleno de máscaras y trajes extravagantes.

Quien me iba a decir a mí, que más de medio siglo después, estas historias, se convertirían en uno de los iconos más potente de la cultura pop actual; un artículo que leí no hace mucho lo definía muy bien “Vivimos en un mundo de cómic”. Los modernos superhéroes han obte­nido un reconocimiento global como ningún otro héroe del pasado; Supermán o Batman son conocidos en el mundo entero, son personajes globales. Además de su éxito comercial, hay que añadir la transmisión de unos valores que a veces pasan desapercibidos, pero que calan de manera profunda, en una gran masa de adolescentes.

¿Que tienen que ver estos superhéroes modernos con las antiguas leyendas heroicas del pasado?

Más bien poco en mi opinión. Si algo podemos decir de los héroes es que son hijos de su época. y estos nuevos mitos son hijos de la superficialidad que nos invade. El moderno superhéroe es muchas veces una criatura tecnológica y la tecnología carece de moral, es sólo un instrumento ciego que se puede torcer rápidamente cuando cae en manos equivocadas, como en el caso de Frankenstein por ejemplo. Si solo hablamos de poderes otorgados a bajo coste, es decir no a través del trabajo y el esfuerzo diario, sino como un golpe de la fortuna o de la mala suerte. Volar será un objetivo banal y cualquier otro poder no tendrá ninguna finalidad digna de consideración más allá del propio poder, que eso sí, nos puede animar a dominar a los demás, y así convertirnos más pronto que tarde en un engreído ser volador que se oculta tras una máscara.

Además el héroe propio de la modernidad ya no representa el talante vital de la cultura, en la que destaca más bien la figura del antihéroe. Ocurre aquí igual que con el final del género utópico desde las primeras décadas del siglo XX, que dio paso al género distópico, tan ex­plotado por la ciencia ficción y el cine. En definitiva, los mitos modernos están más sujetos al triunfo comercial que a otra cosa. Mucha ciencia pero poca consciencia.

Por eso hoy se hace más necesario que nunca recuperar el mensaje que encierra el mito del héroe clásico, es éste un modelo a imitar por los valores y virtudes que defiende, en su búsqueda del bien, siente la necesidad de elevarse por encima del hombre común hacia cualidades superiores.

Sin embargo cuando oímos la palabra mito, en seguida pensamos en un tiempo pasado que poco tiene ya que ver con nosotros y con nuestro presente. Normalmente lo entendemos, como un engaño o una falsa creencia.

Los mitos antiguos fueron modelos para el hombre y si nos detenemos y prestamos atención, podríamos sacar de ellos no sólo modos de actuar, sino fuerzas para actuar; expresan verda­des eternas en un juego de símbolos donde se asientan los pilares de la civilización moderna y al contrario de lo que pueda parecer no son enemigos de la razón sino su complemento.

Es por eso por lo que el pensamiento mitológico ha logrado sobrevivir, aunque disminuido, a la crítica devastadora de un racionalismo feroz que no veía, ni en los antiguos relatos ni en la imaginación humana, ninguna fuente de verdadera utilidad.

En todos estos mitos se narra el viaje del héroe y las cuatro etapas por las que transita su camino:

1 - El miedo y el rechazo a la aventura, cuando aún no es un héroe.

2 - Su encuentro con un Maestro que le da técnicas de lucha y formación. Lo inicia.

3 - Las pruebas que tiene que superar. Su lucha contra la tentación.

4 - La victoria y finalmente el regreso a lo cotidiano como vencedor de los dos mundos.

Todo esto no está lejos del viaje que emprendemos en masonería, trascender lo racional para ir más allá de lo material. Se comprende aquí que los símbolos están presentes como arque­tipos necesarios y universales.

Para mí, la búsqueda del héroe interior ha sido una constante, aún sin saberlo, desde antes de ser iniciado en masonería. Hace tiempo que sé que el héroe no es alguien dotado de superpoderes, ni tampoco de un aura divina, ni de una extraordinaria inteligencia y perspicacia, sino que es más bien aquel que hace el intento por ser, él mismo, de manera consciente. Es esa persona que no necesita ser protagonista para caminar erguido y que incluso siente un cierto pudor si es ensalzado.

Ser Libre y de buenas costumbres es hoy en día un acto ya de por sí heroico. No nos pode­mos evadir de la batalla permanente que la vida nos plantea y eso ya nos convierte en héroes anónimos. La tradición masónica nos alerta de que es necesario una escuadra para medir nues­tros actos con rectitud, también nos es útil la plomada y el nivel para que nuestra marcha se desvié lo menos posible. Explorar y salirse de la línea es a veces necesario, pero volver al recto caminar con prontitud es lo que procede a continuación. También nos instruye en que el avance se produce preferentemente hacia el interior y que el compás nos puede dar la medida de ese avance. Que la mesura es siempre una buena opción y también y sobre todo, que el caminar no tiene por qué realizarse en un mundo solitario como ocurre con la figura del héroe tradicional.

No basta pues sólo con intentarlo, hay que trabajar a diario las virtudes y los defectos.

Los héroes se construyen hoy en el vacío de las vidas, sin redes de identidad; el héroe es así el inventor de sí mismo. Los superhéroes del cómic y el cine expresan esa ambición, aunque sea a mayor gloria del entretenimiento de masas y la simplificación moral; pero también en la vida real encontramos esa tendencia, sugerida por el discurso dominante -debes actualizar­te, reciclarte, emprender-, una necesidad de reinventarse que llevada al extremo se convierte en la patología de la simulación y la impostura.

Hoy se hace más necesario que nunca recuperar el mensaje simbólico que encierra el héroe clásico. “Los mitos han acumulado tanto conocimiento, tanta experiencia, tanta sabi­duría a lo largo de miles de años que, de alguna manera, son la puerta a través de la que «lo sagrado entra en el mundo» “, decía Mircea Eliade.

Necesitamos retomar el sentido heroico de la vida, vernos como el héroe que necesariamen­te estamos llamados a ser.

Vivir es un enorme desafío, para el que necesitamos de todas nuestras fuerzas; tenemos que vérnoslas, como decía Miguel Hernández, “con la libertad, el amor y la muerte”. Y no hay ni uni­versidad que nos enseñe ni diploma que nos certifique que estamos viviendo adecuadamente.

El mito del héroe nos impulsa a ser protagonistas y no espectadores. Desde la masonería se nos invita a trabajar en ese héroe interior y se nos empuja a servirnos de las herramientas pro­pias en cada momento. El orden que representa el ritual masónico será el contrapunto al caos del que salieron nuestros antepasados en tiempos mitológicos y es fundamental para alcanzar el templo interior que anhelamos. Seguramente hay otros caminos pero yo aquí, elijo este.

Añadiré un aspecto fundamental que va más allá del héroe como símbolo y que en los tiem­pos actuales va desapareciendo tristemente de la cultura y de nuestras vidas y es que tengo la total seguridad de que no podré nunca alcanzar ninguna meta de valor si no es con el concur­so de los demás, y tal vez sea éste el mayor complemento al mito, el cual representa una realidad generalmente individualista y solitaria. La unión entre iguales y la suma de las partes nos hace más fuertes, aunque hoy se nos haga creer que la lucha con el otro es la única so­lución para resolver nuestra propia supervivencia.

Me llevó tiempo entender que los héroes aunque representen ideales nobles y virtuosos no son en general suficientes, se necesita el concurso de la gente común que al ponerse en mar­cha, apoyándose unos en otros, con afecto y comprensión pueden avanzar más lejos y más tiempo en la consecución de unas metas superiores. Ya no sueño con ser aquel superhéroe que ocupó las fantasías de mi infancia. Busco sobre todo la magia que proporciona la unión simbólica de las manos entrelazadas.

Aparte del símbolo del mito, he aprendido muchas cosas pero sobre todo, me quedo sin dudarlo con la importancia trascendental de la cadena humana, que nos complementa y nos convierte en hermandad.


La francmasonería no profesa ningún dogma y  trabaja en una permanente búsqueda de la verdad, por ello las disertaciones publicadas en esta web no deben ser interpretadas como el posicionamiento de la Logia Gea en los temas tratados, sino como la expresión de la opinión de uno de sus miembros con el objetivo de incitar a  la reflexión y al debate constructivo que nos permite cumplir con los deberes masónicos con un mejor conocimiento de causa.


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