EL PODER DE LOS BUENOS DÍAS

EL PODER DE LOS BUENOS DÍAS

Hace bastantes años coincidíamos cuatro personas en una parada de autobús. Teníamos diferentes trabajos, diferentes edades, diferentes sexos e imagino que diferentes intereses.

Después de varias semanas, empezamos a saludarnos. Y un día, uno de ellos me trajo un maravilloso libro firmado por Juan Gabriel Vásquez (1), autor de El ruido de las cosas al caer. Esta persona, de nombre Vicente, trabaja en una conocida emisora de radio, y en aquel momento, entrevistaron a este escritor que en agradecimiento regaló varios ejemplares de sus libros a los empleados. Vicente me lo regaló. Me dijo que siempre me veía leyendo en el autobús y que quería que lo tuviera. Por entonces, Vicente y yo sólo nos habíamos intercambiado los "buenos días" en la parada del autobús

Estuvimos mucho tiempo coincidiendo los cuatro, y empezamos a ser cinco, porque también coincidíamos con el conductor del autobús, un chico joven, muy agradable, que nos daba unos segundos de cortesía si no nos veía en la parada, esperando a que apareciéramos por la esquina.

Nunca fuimos amigos, simplemente coincidentes. Nos saludábamos, hablábamos del tiempo y poco más pero era muy agradable llegar a la parada del autobús todos los días a las siete y diez de la mañana y verlos allí; y si alguno faltaba y llegaba el autobús, mirábamos alrededor buscando al que se retrasaba y nosotros ralentizábamos la subida y el conductor ralentizaba la salida . Parece poco, parece una tontería, pero nosotros subíamos con una sonrisa y cuando bajábamos nos despedíamos unos de otros.

Sólo supe el nombre de unos de ellos, el de Vicente, con el que tuve oportunidad de charlar muchas veces. Pero sí hubo una pequeña corriente de ayuda con los demás. A la persona más mayor del grupo de coincidentes, la orienté sobre cómo empezar a gestionar su pensión de jubilación. Y con el otro integrante, compartí un par de taxis en una huelga de transportes.

Y todo empezó con "buenos días" en la parada del autobús.

Años más tarde, cambié de medio de transporte y de ruta. Después de pasar enésimas veces por el mismo sitio, una persona que siempre estaba, vestida con un uniforme de color amarillo, (y sigue estando) en la puerta de un edificio me saludó: "buenos días"

No sé nada de esta persona, sé que está en esa puerta prácticamente todos los días de la semana y casi todos los meses del año. No sé su nombre, ni su edad, ni su trabajo. Tampoco me hace falta. Sólo sé que todos los días nos saludamos. Y no soy la única persona a la que él empezó a saludar

En mi imaginación pienso que ha debido de pensar que si siempre se ve a las mismas personas día tras día ¿por qué no saludarlas?, ¿por qué no desearlas un buen día?

Madrid es una ciudad deshumanizada, como cualquier otra gran ciudad. Subimos al ascensor, entramos en un autobús, llegamos a una tienda y no saludamos. Decir "buenos días" puede parecer un gesto nimio, pero no lo es, todo lo contrario, es un gesto potente. Genera cordialidad y amabilidad. Nos puede abrir la puerta a otras comunicaciones y sin duda contribuye al bienestar emocional A la larga genera una corriente de acompañamiento y simpatía, y no creo que a nadie le sobren estas cosas en su vida.

En mi caso, cuando no veo a la persona de amarillo, pienso ¿qué habrá pasado? ¿un día libre, vacaciones?, ¿le habrán despedido?, ¿estará enfermo y le descontarán el día?  Es un pequeño momento, no dedico mucho más a pensar en él pero se merece esos segundos porque fue el primero en decir "buenos días".


(1) Juan Gabriel Vásquez, El ruido de las cosas al caer, Ed. Alfaguara. Premio Alfaguara de novela 2011.

https://www.lecturalia.com/libro/59792/el-ruido-de-las-cosas-al-caer


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