Sabemos que el ser humano es un animal político, palabra que proviene de latín politicus y esta del griego politikós, que significaba ciudadano o del Estado, ya que hasta la época macedonia, las ciudades griegas eran estados.
Todos somos conscientes de que vivimos en una sociedad, y eso lo asumimos desde muy pequeños, nuestra libertad acaba en el momento en que invadimos la libertad de aquellos que nos rodean. La necesidad ancestral del homo Sapiens del que todos procedemos, de agruparse en grupos o clanes, nos hizo progresar por encima del Neardenthal, pero, esta agrupación humana llevaba una serie de reglas, un líder, unas obligaciones y probablemente ya entonces unos derechos.
Desde entonces han pasado muchos milenios, muchas cosas, evidentemente, han cambiado pero ha habido hasta nuestros días un denominador común, la eterna lucha del hombre por la libertad.
Son muchos los que a lo largo de la historia han dado su vida por la libertad, podría nombrar a tantos que esta pieza de arquitectura sería interminable pero, independientemente de Gandhi, Martin Luther King, Mandela y tantos otros, permitidme QHnos.·, que hable de aquella que aún se da y me ha afectado directamente. La lucha más reciente de las mujeres por su libertad.
Nacer mujer a finales de los cincuenta no encajaba con ser un espíritu libre y lógicamente, era una condición que todo nuestro entorno intentaba erradicar en aras de la buena educación. Posiblemente, cualquier mujer española de mi generación podría decir algo muy similar a lo que pretendo exponer en este trazado.
Cuando naces y desarrollas gran parte de tu personalidad en un ambiente donde las libertades están totalmente coartadas, es necesario un trabajo enorme para identificar el porqué de muchas situaciones que vas viviendo.
Desgraciadamente en nuestra adolescencia no conocíamos la utilidad a nivel espiritual del compás, ni la rectitud la asimilábamos a una plomada.
Así pues, nos veíamos obligadas a aferrarnos a la libertad de conciencia y no siempre era fácil.
Durante gran parte de mi vida, he pagado un alto precio por mi libertad, desde soportar que me intentaran, como me decían, cortar las alas, hasta sufrir estrictas prohibiciones y castigos, que, he de decir, de poco servían.
Afortunadamente, un gran día fui iniciada y empecé a comprender el significado de la auténtica libertad, podía trabajar sobre mi misma, puliendo mi piedra y desprendiéndome de metales tales como la culpa, el deber impuesto y seguir buscando en mi interior la auténtica libertad. Con el mazo y el cincel me desprendí de aquellos estigmas, con el nivel, comprendí la igualdad y la fraternidad, con la plomada distinguí lo que era justo y perfecto y lo que no y así, poco a poco, fui desarrollando mi auténtica libertad. Una libertad que no invade, que no humilla, pero que te hace realmente feliz. Estamos en tiempo sagrado, rodeados de nuestros hermanos que no van a juzgar ni criticar aquello sobre lo que tu trabajas porque, al fin y al cabo, trabajando libremente y utilizando las herramientas correctas, consigues una piedra pulida que encaja a la perfección en nuestro templo común sin provocar roces ni desestabilizar la obra construida por todos.
Entonces y solo en ese momento te das cuenta de que eres un ser humano libre y de buenas costumbres y comprendes que la libertad no tiene por qué tener un precio, ya que, tal y como nos recalcan los Evangelios, el Budismo, Confucio y tantas otras fuentes, no vas a hacer nada a tu prójimo que no quisieras que te hicieran a ti y es en ese momento cuando tu libertad es plena puesto que la Fraternidad va guiando tu Libertad entre tus Iguales.
He dicho.
En Madrid, a 4 de Noviembre del 2021(Era Vulgar)
Una Maestra Masona.-