El Simbolismo en la obra de Escher - Recuerdo perfectamente mi primer encuentro con la obra de Escher, una noche, hace muchos años, de visita en una ciudad cuyo nombre no viene al caso.
Esa primera imagen fue “Belvedere” y el impacto que me produjo fue de tal magnitud que me resultaría imposible transmitiros las sensaciones que experimenté.
Ante mí se abrió por primera vez uno de esos mundos de misterios y paradojas que tan característicos son en la obra de Escher y al contemplarlo largamente sentí la emoción de lo sobrenatural. Las experiencias posteriores con otras imágenes de Escher no han sido menos impactantes. Tal es la fuerza y el poder evocador de éstas que en todas las ocasiones me he sentido transportada al genuino País de las Maravillas.
Maurits Cornelis Escher nació en junio de 1898 en Leenwarden (Holanda). En 1919 comenzó a estudiar en la Escuela de Arquitectura, pero pronto abandonó sus estudios. Hacia 1922 fue a Italia de vacaciones y se quedó a vivir en Roma; muchas de los paisajes de sus obras están inspirados en la arquitectura de los pequeños pueblecitos italianos. Viajó a España, donde descubrió la Alhambra y la Mezquita de Córdoba, cuyas maravillas le fascinaron. Lo que aprendió allí tendría mucha influencia en sus trabajos, especialmente en los relacionados con la partición regular del plano y el uso de patrones que rellenan el espacio sin dejar ningún hueco. Regresó a Holanda, en 1941. A partir de 1951 comenzó a vender sus grabados y esto le permitió vivir sus últimos años con desahogo.
Generalmente hacía copias de las litografías y grabados por encargo. Hasta 1962, momento en que cayó enfermo, su producción fue muy constante. En 1969 realizó su último trabajo original (Serpientes) y falleció en marzo de 1972. Realizó más de 400 litografías y grabados en madera, y también unos 2.000 dibujos y borradores, a lo largo de su carrera.
La obra de Escher se compone de dos bloques: las obras paisajísticas o de copia del natural, que, para mí, poseen básicamente belleza formal, y las obras llamémosles “especulativas” que son las realmente conocidas en las que a la belleza formal se unen atrevidos análisis sobre principios geométricos, una imaginación desbordante en los temas y la fascinación de mundos imposibles.
No obstante, en mi opinión, hay un aspecto crucial sin el cual estas obras no pasarían de ser meros divertimentos matemáticos, diseñados con mayor o menor fortuna estética.
La obra de Escher está plagada de símbolos, tanto explicita como implícitamente y, puesto que los símbolos son el lenguaje de las emociones, son ellos los que apelan a nuestro inconsciente, los que nos hacen sentir emociones tan profundas al contemplar cada imagen.
He de decir que ha sido una auténtica tortura elegir entre tantos símbolos para analizar en este trabajo. Afortunadamente, existe una opción obvia porque tratándose de Escher el tema simbólico por antonomasia son los números, el dos y el tres, básicamente.
Desde la antigüedad se ha considerado al número 2 como la unión de un 1 con otro 1. Este origen, como la unión divisible de dos unidades marca el destino de este número en todos los ámbitos.
El 2 expresa el antagonismo latente y el manifiesto, la reciprocidad en el odio y el amor, la oposición que puede generar incompatibilidad o complementación.
Todos estos significados están ilustrados perfectamente en algunas de las obras más conocidas de Escher.
Por ejemplo, en “Cielo e infierno” vemos la unión perfecta de los opuestos representado en un damero de ángeles y demonios.
Si nos fijamos en las figuras negras veremos unos demonios en forma de vampiros sobre fondo blanco. Si nos fijamos en las figuras blancas veremos unos ángeles de belleza clásica sobre un trasfondo negro.
Pero hay más, debido a la simetría ternaria del dibujo, los tres demonios del centro dibujan un triángulo equilátero con un vértice hacia arriba, el símbolo alquímico del fuego y los tres ángeles centrales otro triángulo equilátero con el vértice hacia abajo que es el símbolo alquímico del agua. Agua y fuego, la copa y la espada unidos en el sello de Salomón.
Y esto me lleva a la simbología del número tres. El tres surge de la unión del Cielo y la Tierra, es decir, de la suma de la unidad original y la dualidad que representa a los opuestos y, por ello, es el símbolo del todo, del Cosmos o universo organizado y, además, simboliza el orden intelectual y espiritual en Dios y en el hombre.
Los significados simbólicos del número tres aparecen por doquier en la obra de Escher. Por ejemplo, sólo el orden intelectual y la precisión hacen posible el diseño de “Relatividad” donde vemos un edificio aparentemente imposible que consiste en la fusión de tres edificios que coexisten simultáneamente en tres mundos perpendiculares dos a dos. Cada uno de estos mundos está habitado por unos seres conceptuales, propios del mundo de las ideas, aquel cuyo símbolo es el triángulo equilátero, tal como el que trazan tres escaleras en el centro del dibujo. Este cuadro ha sido utilizado en muchas creaciones audiovisuales, por ejemplo en la película “Dentro del Laberinto”.
Volviendo al número dos, otro planteamiento magistral de la complementación de los opuestos es “Cóncavo y convexo”.
En la imagen se ve el interior… o el exterior de un extraño edificio poblado de personas, animales y multitud de objetos que ayudan al efecto visual. Existe un límite vertical en el centro de la imagen; a su derecha vemos un edificio normal contemplado desde el interior; a su izquierda vemos otro edificio análogo que contemplamos desde fuera. Al mirar al centro, la vista huye de la perspectiva imposible y oscila entre uno y otro lado en un intento inútil de aprehender lo incomprensible.
Para mí, “Cóncavo y convexo” es una bonita reflexión sobre la naturaleza de la verdad. La verdad depende del punto de vista, del observador, de las circunstancias, del momento en que algo ocurra y del momento en que se recuerde. No podemos conocer la verdad absoluta de las cosas porque no existen las verdades absolutas, sólo verdades relativas derivadas de perspectivas diferentes.
De la complementación de los opuestos surge la diversidad. El número 2 es el número femenino por excelencia, pues es capaz de generar una infinita descendencia de “hijas” pares (los números impares, como el tres, se consideran masculinos).
Esa idea de la capacidad del número dos como generador de formas infinitamente variadas es la que preside algunos de mis dameros favoritos, aquellos en los que se ve cómo una forma simple, evoluciona para convertirse en algo complejo.
Uno de los más sencillos es “Liberación” en el que vemos cómo un damero de triángulos blancos y negros se convierte en una bandada de pájaros en claro oscuro. La idea que preside esta evolución es claramente análoga al concepto del perfeccionamiento a través del trabajo y la eliminación de las impurezas, tal como hace un cantero que transforma una vulgar piedra en un sillar. Este concepto, aplicado a la construcción del propio yo, es algo muy apreciado por los masones de tal modo que este tipo de imágenes escherianas parecerían metáforas del trabajo en una logia masónica.
En esta misma línea se encuentra otra de mis imágenes favoritas “Tres mundos”, cuyo nombre ya es suficientemente explícito. Vemos un estanque en otoño en el que, procedente del mundo sumergido donde reina la oscuridad, una carpa se asoma a la superficie ornada de hojas para contemplar el mundo aéreo de la luz, insinuado por las ramas de los árboles que se reflejan en el agua. La carpa es el símbolo del coraje, la perseverancia y la supremacía intelectual y con ella ya lo tenemos todo: el agua fuente de vida, las hojas flotantes que simbolizan una comunidad de propósito y objetivos, justo en el límite entre la luz y la obscuridad, los árboles símbolo de la vida en perpetua evolución y de la elevación espiritual y el pez que, en términos genéricos se asocia a la búsqueda de la sabiduría, al renacimiento y la restauración cíclica.
Para terminar, voy a referirme a una última variante de los dameros, los más sugerentes e inquietantes, aquellos en los que las figuras planas se transfiguran en objetos tridimensionales.
La obra más explícitamente masónica de Escher es “Reptiles” un pequeño grabado en el que se encuentran reunidos los elementos básicos de la simbología de todos los tiempos junto a referencias literales a la simbología masónica.
La discreción a la que me comprometí al ingresar en la masonería me impide hacer una relación exhaustiva de todos los símbolos observables pero, aun así hay muchísimo de lo que hablar. En reptiles vemos un damero, es decir, un espacio dual y, por ende imperfecto, poblado de reptiles toscamente diseñados. Desde la esquina inferior del damero los reptiles cambian de mundo al ganar una tercera dimensión y al trascender a una realidad superior ganan precisión, expresividad y auténtica vida. En este estado rodean el damero pasando por los símbolos de los cuatros elementos: La tierra (el tiesto), el agua (la botella), el aire (que agita las hojas del libro) y el fuego (el humo y las cerillas) y, después de su periplo vuelven a reintegrase a su mundo terrenal de dos dimensiones, tal como los masones nos reintegramos al mundo profano al acabar las tenidas.
El reptil no es una opción casual; el lagarto simboliza la muerte y el renacimiento y también representa al alma que busca la iluminación ¿No es eso lo que buscamos los que nos acercamos a la masonería? ¿No tratamos de cambiarnos a nosotros mismos y “renacer” en un nuevo estado de pureza?
Podría seguir durante horas hablándoos de estas y otras maravillas que se pueden encontrar en la obra de Escher. No obstante, como dice mi hijo, todos “nos flipamos mucho” y creemos ver todo tipo de cosas en esas imágenes.
Personalmente, yo creo que sería una auténtica lástima privaros del placer de descubrirlas por vosotros mismos y, sobre todo, de vivir en primera persona el encuentro con esos mundos de ensueño.
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