LA UTOPÍA DE UNA VIDA SIN DOLOR

LA UTOPÍA DE UNA VIDA SIN DOLOR

Desde siempre, el ser humano ha buscado mecanismo de evitación del dolor, tanto físico, como emocional; asociando la ausencia de dolor como uno de los pasos más determinantes para alcanzar la felicidad.

El dolor físico es una de las áreas de investigación de la medicina moderna en las que más se invierten recursos, precisamente porque supone el siguiente paso en la investigación de la enfermedad tras la remisión o mejora de la esperanza de vida y la prevención, siendo, como ya hemos avanzado, un estándar de bienestar y desarrollo.

Así las cosas, precisamente la eliminación del dolor ha sido, para mí, el negocio más lucrativo de la humanidad, con una demanda que va aumentando cada día más conforme avanza la sociedad y una oferta limitada; la eliminación del dolor ha sido fundamento y razón de ser no solo de un volumen importante de actividad de la industria farmacéutica, sino también del negocio del narcotráfico.

Es aquí, en el punto de convergencia de ambas actividades: una lícita y otra ilícita, pero con un objeto similar, donde quiero aterrizar y sobre donde quiero centrar el debate.

La oxicodona se fabricó por primera vez en 1916 en Alemania a partir de la tebaína, otro opiáceo; teniendo su máximo desarrollo en Estados Unidos donde, con la creencia de que limitaría su potencial de abuso comenzó a venderse en cápsulas de liberación prolongada por el laboratorio Purdue Pharma.

Purdue Pharma con su OxyContin inició una campaña muy agresiva de marketing a fin de obtener mayores beneficios, prometiendo una solución definitiva al dolor para pacientes aquejados de graves patologías oncológicas y lesiones físicas severas que veían su vida limitada por los intensos dolores, siendo que en la práctica los facultativos, incentivados por regalos por parte de los visitadores, comenzaron a recetarlo para cualquier tipo de proceso que cursase con algún dolor o molestia, como un dolor de muelas o, en casos documentados, dolores menstruales.

Ahora bien, con la promesa de que su potencial adictivo se vería rebajado por su liberación prolongada, millones de estadounidenses comenzaron a tomar este producto que, dada su cualidad de opiáceo, comenzó a crear receptores neuronales y, por tanto, a establecer una severa dependencia física en sus consumidores, llegando algunos a realizar procesos para evitar el mecanismo de liberación prolongada para, a continuación, esnifar o inyectarse el principio activo a lo cual ayudaron facultativos desalmados que, a cambio de unos honorarios generosos, pasaban consulta con el único propósito de recetar OxyContin.

Así pues, en la medida en que el proceso de obtención de la droga era considerablemente caro teniendo en cuanta el importe de las consultas y del propio fármaco y además algunos médicos comenzaban a ser reticentes a recetarlo por la apertura de procesos judiciales frente a Purdue Pharma, algunos adictos a los opiáceos comenzaron a explorar otras vías para huir del dolor, comenzando a consumir otras sustancias, como la heroína.

Y es aquí donde aparece la siguiente X de la ecuación, una sustancia opioide 100 veces más potente que la morfina y 50 veces más potente que la heroína y que además su proceso de fabricación y logística es más barato y sencillo que el de la heroína y morfina: hablamos del fentanilo.

El fentanilo es un medicamento para tratar algias intensas, su uso para tratar dolores físicos intensos y/o crónicos es ampliamente indicado en casi todas las publicaciones científicas y protocolos médicos al respecto; es tan potente y a la vez adictivo que, siendo un tratamiento de última ratio y relegado a un uso más bien compasivo y paliativo, debiendo aplicarse de forma extremadamente controlada, como a través de parches o aerosoles nasales de liberación muy controlada.

Pues bien, diversas organizaciones criminales, como algunos cárteles de la droga, aplicando la macabra lógica empresarial que caracteriza al capitalismo criminal ínsito en el narcotráfico, desde hace tiempo vienen sumando a su “cartera de negocios” el del fentanilo.

Y es que no nos engañemos, el negocio del fentanilo es tremendamente lucrativo para este tipo de organizaciones, toda vez que se dan los tres elementos que constituyen una “tormenta perfecta” para el narcotráfico: i) la existencia de una sustancia tremendamente adictiva y cuya distribución y fabricación es más barata y simple que la de otras drogas ilícitas, ii) el fracaso y la claudicación del Estado de Derecho en México que les brinda una mayor libertad para el desarrollo de sus operaciones y iii) la existencia de un mercado cuya oferta es cada vez mas limitada y con una demanda ilimitada en Estados Unidos de Europa.

Así pues, la unión de estos tres elementos ha causado una de las mayores catástrofes demográficas de los Estados Unidos de América, que ha visto reducida su población por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, pudiendo contar los fallecidos por sobredosis por decenas de miles al año.

Esta estadística no tiene en cuenta a los afectados por el uso extensivo de drogas intravenosas, habiéndose producido un severo incremento de la transmisión del VIH por compartir jeringuillas o de fascitis necrotizante por uso de útiles de consumo no esterilizados, incrementado por la particular problemática del sistema sanitario estadounidense cuyos seguros pueden establecer exclusiones a este tipo de dolencias, lo que deja un panorama desolador.

No en vano, el consumo de este tipo de sustancias es tan extensivo que la Administración ha creado “zonas de tolerancia” para reducir la violencia, como Kensington, en Filadelfia, donde pueden verse “vecindarios” de toxicómanos viviendo en tiendas de campaña.

Además, existe una diferencia sustancial con otras “epidemias” de estupefacientes, como la del crack; y es que el fentanilo no entiende de clases sociales o de etnias, dándose estremecedoras historias (algunas conocidas muy de primera mano) de quaterbarcks de instituto a los que les aguardaba un magnífico futuro que, debido a una lesión, han sido reducidos a toxicómanos y enfermos crónicos por obra y gracia de una administración irresponsable de opioides.

El negocio ilícito del fentanilo es tan lucrativo que, según informó recientemente la Drug Enforcement Administration (“DEA”) diversas organizaciones criminales de primer nivel comienzan a desplazar recursos destinados al negocio con otras sustancias como la cocaína, para centrarse en la fabricación del fentanilo, usándolo, asimismo, y derivado de su irrisorio coste, para cortar otras drogas y así favorecer la adicción al mismo, como ha concluido la DEA tras analizar decenas de casos de fallecimiento por sobredosis.

Ahora bien, este asunto no se ha quedado relegado al otro lado del charco, no en vano, el Estado Español es el tercer consumidor mundial de fentanilo, siendo que, por el momento, pese a que se está detectando con creciente frecuencia patrones de consumo recreativos, aun no son estadísticamente relevantes como para plantear un problema equivalente al de Estados Unidos de América.

Lo anterior no significa que no debamos de estar alerta, casi todos los presentes fueron testigos de la epidemia de heroína de los años 80 en el Estado Español, alentada por el desconocimiento e ignorancia de la sociedad, fruto sin duda de tratar este asunto como un tabú y de la Administración, que se enfrentaba a un problema inédito.

Pero no es un tabú, la droga es una realidad, es algo que está presente en la sociedad y que es sencilla y relativamente asequible de conseguir, por lo que debemos vencer esa resistencia a hablar de ella con naturalidad y franqueza, deben promoverse campañas educativas, no solo en colegios, sino en medios de comunicación generales, informar sobre sus efectos, advertir sobre sus riesgos y, dado que es imposible ponerle puertas al mar, exponer patrones de consumo seguros y que minimicen los riesgos.

Seamos honestos, la utopía de una vida sin dolor es uno de los planteamientos que mas humanamente se identifican con la felicidad, y el ser humano, por su propia naturaleza, busca la felicidad con los resortes más sencillos, actuando como individuos racionalmente maximizadores de su bienestar por lo que debemos combatir el tabú y la ignorancia para crear una sociedad de seres humanos libres y dueños de su destino que tomen decisiones conscientes, sin paternalismos ni condescencia del Estado.

Como Francmasón uno de mis ideales es la libertad y emancipación del ser humano y uno de los elementos más determinantes a tal fin es, precisamente, la educación, el espíritu crítico y la racional responsabilidad para tomar las riendas de nuestra vida y ser consecuentes con nuestras elecciones y decisiones.


La francmasonería no profesa ningún dogma y  trabaja en una permanente búsqueda de la verdad, por ello las disertaciones publicadas en esta web no deben ser interpretadas como el posicionamiento de la Logia Gea en los temas tratados, sino como la expresión de la opinión de uno de sus miembros con el objetivo de incitar a  la reflexión y al debate constructivo que nos permite cumplir con los deberes masónicos con un mejor conocimiento de causa.


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