REDESCUBRIENDO A ZENOBIA CAMPRUBÍ

REDESCUBRIENDO A ZENOBIA CAMPRUBÍ

Compartir teatro y un plato de patatas bravas con amigos es una experiencia enriquecedora, porque va más allá de la simple apreciación artística. Además de fortalecer lazos, la emoción compartida, la risa colectiva o el silencio cómplice ante una escena impactante crean momentos que se recuerdan con cariño.

El teatro, con su capacidad de provocar emociones y reflexiones profundas, se disfruta aún más cuando se comparte con personas cercanas. Cada uno puede interpretar la obra de manera distinta, lo que genera conversaciones fascinantes después de la función, ampliando nuestras perspectivas.

Esto fue exactamente lo que ocurrió cuando hace unos meses fuimos con unos amigos a ver Burro, una magnífica obra de teatro en la que un burro, atado a una estaca y rodeado por el fuego, habla de la relación entre este animal y el hombre y hace un recorrido por los textos clásicos en los que el burro es protagonista.

La cultura tiene la magnífica propiedad de funcionar como las muñecas matrioskas, cuando abres una aparece otra o muchas. En este caso, Burro hizo que mi amiga se leyera El asno de oro de Apuleyo. Y que nosotros viajáramos hasta Moguer (Huelva), para conocer la casa museo de Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí.

En este y otros artículos, compartiremos con vosotros las puertas que Burro nos abrió.

 

Zenobita

 -¿Cómo se llama usted?

- Se va usted a reír…Un nombre muy feo. Me llamo Zenobia, pero los que me quieren me dicen Zenobita… Mi madre, mi padre, mis hermanos…

Así respondió Zenobia Camprubí Aymar a Juan Ramón Jiménez cuando se conocieron en una conferencia en la Residencia de Estudiantes en el verano de 1913. El poeta se enamoró a primera vista, pero ella se hizo de rogar. Finalmente, contrajeron matrimonio en 1916 y se convirtieron en inseparables compañeros de vida tanto en el ámbito personal como profesional.

Nacida en Barcelona en 1887 recibió una educación esmerada y una sólida formación intelectual, ya que procedía de una familia acomodada. Ello no le impidió llevar a cabo una labor filantrópica de apoyo a los más necesitados. Llegó a ser Tesorera del Comité Femenino de Higiene Popular y participó en la Visita Solidaria. El objetivo de esta asociación era promover el cuidado de la infancia y realizar una evaluación del entorno familiar de los menores. Llegó a presidir el Lyceum Club Femenino cuyos objetivos eran la promoción de la cultura desde el laicismo así como la búsqueda de la igualdad tanto social como jurídica entre hombres y mujeres.

“El alma y la inteligencia del hombre y de la mujer son muy incompletos por separado y al trabajar unidos parece que se estimulan mutuamente, mucho más que dos entendimientos de la misma clase”- escribió Zenobia.

Ese tándem Camprubí – Jiménez funcionó desde el principio. Ella se embarcó en la traducción de la versión inglesa de Luna nueva del poeta Rabindranath Tagore quien había sido galardonado con el Premio Nobel en el año que se conocieron. Juan Ramón corregía el texto desde un punto de vista estético. Compartieron proyectos, pero también cada uno tenía su propio espacio. Además de traductora, Zenobia cuenta con obra propia y, de hecho, tuvo su propio negocio. Se rodearon de artistas, intelectuales y amigos en los diferentes lugares por donde viajaron.

La última etapa de sus vidas transcurrió en Puerto Rico. Zenobia falleció en 1956, el mismo año que le fue concedido el Premio Nobel a su marido. En 1958 murió Juan Ramón. Los restos mortales de la pareja fueron trasladados al Cementerio de Moguer (Huelva) donde había nacido el escritor.

“Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando” -escribió Tagore. No cabe duda de que el legado de Zenobia y Juan Ramón nos seguirá hablando.


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