El Mito del diluvio Universal: La purificación por el agua, el regreso al uno

El Mito del diluvio Universal: La purificación por el agua, el regreso al uno. Aún recuerdo perfectamente como el confinamiento que nos tocó vivir en el 2020, nos hizo levantar la cabeza, mirar al cielo y tomar consciencia de que nos encontrábamos justo en ese punto de inflexión que da entrada a un nuevo ciclo de existencia. En buena medida, la pandemia reactivó culpas y miedos atávicos que afloraron en cientos de mensajes en las redes sociales en los que se entonaba un profuso mea culpa por el maltrato infringido a nuestra madre Tierra y su justa venganza al liberar del Tártaro a su nuevo Titán Covid 19, cuyo azote despiadado sacudió a la humanidad, pero también devolvió el azul limpio a los cielos, la claridad a las aguas y los colores de la primavera a los campos. La propia naturaleza nos hizo ver como la servidumbre a la vanidad, el egoísmo y la superficialidad nos había llevado al punto de despreciar lo que era verdaderamente esencial.

En el pesimismo más o menos lúcido del aislamiento de aquel tiempo, por cierto extremadamente lluvioso, leí un meme que decía: "Mas que un lavado de manos, el mundo necesita un lavado de corazón, alma, mente y espíritu". Esta idea hizo saltar la chispa y se enlazó inmediatamente al simbolismo de la purificación por agua de nuestro ritual . A partir de ahí me puse a excavar en el mito del Diluvio Universal, un arquetipo que tiene como base el síndrome de la catástrofe en la que una Nueva Creación se levanta sobre las ruinas de la anterior.

Todos los relatos sobre el diluvio tienen el mismo comienzo: Caos, Muerte y Resurrección. Hay un anuncio celestial que es desoído por el pueblo, y todo se convierte en mar.

Se dice en el Génesis 6:5-7: "Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y dijo: Raeré de sobre la faz de la tierra al hombre que he creado, pues me arrepiento de haberlos hecho" . (Génesis 7, 11-12). Y en “El año seiscientos de la vida de Noé, en el mes segundo, a los diecisiete días del mes, fueron rotas todas las fuentes del gran abismo, y las cataratas de los cielos fueron abiertas y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches”.
Como otros mitos de cataclismo, el Diluvio es símbolo de la germinación y de la regeneración, y expresa la idea arcaica de la degradación progresiva del Cosmos, que necesita su destrucción y recreación periódicas. Una humanidad se destruye y una humanidad nueva renace en una Tierra Virgen.

Esta regresión al Caos es la que también se proyecta en ceremonias ancestrales de iniciación, en las que el neófito muere simbólicamente para renacer a continuación a una nueva existencia espiritual, como un ser humano nuevo purificado por los elementos.

El agua, como elemento de purificación, anula la historia y recupera la integridad del tiempo primigenio. San Juan, uno de los patrones de la masonería, bautizaba a los hombres purificándolos de sus antiguos pecados y asegurándoles un "nuevo nacimiento"i, porque todo lo que se sumerge en el agua muere. La inmersión equivale, en el plano humano, a la muerte, y en el cósmico, al diluvio que disuelve al mundo en el océano primordial.

Y en el 2020, en Madrid, siguió lloviendo y lloviendo, y en el 21 el paso de Filomena lo cubrió todo del blanco más puro. Al mismo tiempo, otro temporal llenaba de sombras la luz de nuestro templo y nos convulsionaba por dentro. Los obreros no estábamos satisfechos, las banderas de la libertad y la Igualdad caían lánguidas porque nos faltaba la fuerza, y la sabiduría y también habíamos perdido la belleza. Moríamos sin remedio, como moría la humanidad durante el Diluvio, como muere la semilla que cae a la tierra. Un ciclo de existencia llegaba a su fin.

Pero somos iniciados, y como Noé en la Biblia y en el Corán, Manu en la tradición hindú, Utnapishtim en la epopeya de Gilgamesh, o Deucalión en la mitología grecorromana, construimos un arca que flotó y dio cobijo a nuestra libertad y soberanía bajo la bóveda celeste hasta que la tempestad amainó y las aguas se retiraron de nuestro suelo . Y allí mismo, en el seno fértil de la madre Tierra pudimos germinar y renacer purificados a una nueva existencia, y allí mismo construimos este templo justo y perfecto que consagramos a la Magna Mater que nos dio a Luz, la diosa GEA.

No todas las semilla que cayeron brotaron bajo el mismo sol, pero quedaron prendidas por siempre en nuestros corazones y estarán presentes por siempre en nuestra cadena unión, que cada día, si nos esforzamos, será más fuerte, y crecerá en sabiduría y belleza.

Al día de hoy, cada vez que la lluvia convulsiona nuestra arca, busco en el horizonte a la diosa Iris, para verla con su jarro regando las nubes y dibujando el haz de luz multicolor que nos recuerda que siempre hay esperanza, y que la conciliación y la serenidad son las virtudes que nos guiarán en nuestro camino de construcción de una humanidad más perfecta que no enfade tan fácilmente a los dioses.

He dicho, Una maestra masona.

 

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